Por: Juan Camilo López Medina
Investigador-CIJUS
Marshall Mc.Luhan decía que “somos lo que vemos”. Si esto es cierto, el análisis de la imagen de los hombres y mujeres de raza negra que se muestra en la televisión nacional, nos puede ayudar a entender la relación problemática que existe en nuestra sociedad con los asuntos raciales. Nuestras percepciones sobre la población afro (que para la mayoría de los colombianos no es otra cosa que la población con afro) se debaten entre varios extremos que van desde la negación del racismo como práctica social común, la exotización de las minorías étnicas y la utilización de la diferencia racial como gancho para llamar la atención. Sin embargo, esto no debería sorprendernos. Después de todo, esas son las imágenes comunes que vemos en la pantalla chica sobre la raza y, si Mc. Luhan tiene razón, así somos.
Los televidentes blancos que empezamos a entender el mundo babeándonos al frente de un televisor durante los setentas y los ochentas tenemos buenas razones para decir que la primera versión de la raza que vimos reflejada en la caja mágica “pinta” a las personas negras como personajes guapachosos, domesticables y exóticos. El primer negro que vi en la tele se llamaba Cristopher y me encantó. Como yo a mis cuatro años de edad, también hablaba duro, a media lengua y movía la cadera sin ninguna agenda preconcebida. Pronto me contaron que lo de Cristopher hacía era pura “sabrosura” y que lo suyo era moverse con desenfreno y cantar muy duro en un idioma que se parecía al inglés. Durante mis años de infancia pensé que Cristopher era extranjero, pues no le entendía lo que decía y en Bogotá jamás había visto a nadie como él. Y pues sí, estaba 90% en lo cierto; ese señor era sanandresano.
Un poco más grande (pero igual de impresionable) vi al “telenegro” que más me impactaría durante esa época. El personaje era el esclavo Diego León y se encargaba de hacerle la vida más o menos grata al inquisidor Mayorga y a todos los habitantes de la Cartagena colonial. “Diego León” era indómito y dócil, fiero y tierno, lujurioso e ingenuo, fuerte y delicado. Era todo menos negro. Supongo que por falta de materia prima, que algunas veces es el argumento para disfrazar los prejuicios en la industria televisiva, el papel de un esclavo del siglo XVI fue encomendado a Ronald Ayazo, el más mestizo de los seres, escondido bajo una gruesa capa de betún marrón y crema humectante. Desde luego, este “negrazo” tenía que ser calvo, pues ningún efecto especial puede hacer enchutar su cabellera.
En algún momento durante el período de tiempo acotado por la imagen de Cristopher y de Diego León, en el televisor de mi casa aparecieron las dos primeras negras que se encargarían de moldear mi temprana concepción sobre el género y la raza. Creo haberlas visto en un mismo programa. Entre loros, orquestas, cajas de gelatina y sacos de solapa ancha, Pacheco presentaba, voz en cuello, a Amparito. Una persona negra arrolladora de 1.70 mts. de estatura gracias a un hermoso afro casi tan grande como su cuerpo. De Amparito nunca supe mucho, excepto lo que parecía esencial en personas como ella: “que baila con soltura”. Creo que fue inmediatamente después de la aparición de Amparito que vi a la segunda “telenegra” que marcaría mi vida. Su nombre era Nohora Perfecta Pereiro. Y digo que marco mi vida porque el mismo Pacheco se encargó de enseñarme que Nohora era efectivamente perfecta: sólo la mujer más bella del Chocó podía estar al lado del hombre más feo de la televisión repetía el animador una y otra vez. Toda la pubertad me la pasé comprobando, de mil formas distintas, que en la televisión sólo aparecían negras bellas.
Lo que más me llama la atención de este período de mi vida es que la idea de raza que acríticamente construí, control en mano, no se basa en rasgos físicos, culturales y sociales relevantes sino en el rol que se quiere adscribir a un grupo de personas determinado. Nada importa si los telenegros y telenegras con los que crecí comparten o no los rasgos físicos sociales y culturales de de la raza que parecen representar. Lo importante es que se acomoden a las características que se quieren resaltar y mantengan cautiva a la audiencia. Por eso, la sabrosura, el vigor, la belleza y el origen geográfico son tan importantes a la hora de presentar a quienes consideramos negros y negras.
Desde luego, las percepciones televisivas sobre la raza han cambiado desde mi infancia… o al menos eso es lo que quiero creer. Pero parece que no. Seguimos viendo lo que somos: racistas, exotizadores de la diversidad, consumidores compulsivos, etc.
Hace un par de semanas, el Canal Caracol comenzó a transmitir la telenovela “La sucursal del Cielo”. Un “comidrama” ambientado en la Cali de los años setenta que presenta como gran novedad la ambientación de la vida de una familia de color, los Mena, que lucha por salir adelante. Aunque los ojos con los que ahora miro la televisión son distintos, el mensaje que me quieren transmitir sigue siendo el mismo. En un reciente artículo publicado en la revista Cambio, se nos informa que, con esta telenovela, “Caracol le apostó a una familia negra para conquistar audiencia y ponerle salsa al horario estelar”.
El primero en entrar en las salas de los televidentes colombianos todas las noches es Ananías Mena. Un hombre “vago, alegre y bonachón” que se gana un chance y, así, por pura suerte, se va a vivir a un barrio de “blancos”. Sin embargo, no todo es el resultado del azar. De acuerdo con la experiencia del actor que interpreta dicho personaje -uno de los artistas afro de mayor renombre-, “en el medio a uno lo llaman porque necesitan un negro, no porque necesitan un actor.”
Se trata de Eddy, “un sobrino de malas que llega de Buenaventura.” El joven actor que interpreta este papel considera que “a la televisión le hacía falta calor y nosotros llegamos para ponerle la calentura, la sabrosura.” Estas palabras, que parecieran ser propias del personaje de la parodia setentera, se convierten en el argumento con las que un actor negro describe el posicionamiento de los artistas de color en la televisión. Y luego añade: “los negros tenemos la percusión encima, el tumbao.”
Finalmente está Mariela Mena “la niña de la familia” El papel está interpretado por una mujer negra que es descrita como una “bella empresaria y disciplinada modelo, víctima y enemiga pública del racismo” a quien lo que le resultó atractivo del proyecto fue la mezcla de comedia y documental y la posibilidad de decir: “los negros sí vendemos en televisión.”
No tengo ninguna duda de que los actores, actrices y artistas negros que he visto y veo aparecer en la televisión tienen las mejores intenciones y, de hecho, así lo manifiestan: “acepté el papel –dice la mujer que personifica a Mariela Mena- porque era digno y quiero que el mensaje llegue a todas partes, hasta la ciudad más racista de Colombia”. Y sí, ni la sabrosura ni la belleza son rasgos negativos en sí mismos. Sin embargo, estas características se convierten en estereotipos cuando se asume que esas son las únicas cualidades que permiten el reconocimiento de la gente de color dentro y fuera de los medios de comunicación. Así, todas las noches vemos una telenovela que desea llevar un mensaje positivo sobre la comunidad afro y la diferencia racial, pero que, sin quererlo, puede contribuir a que televidentes blancos, como yo, terminemos profundizando imágenes distorsionadas sobre la población afro y su cultura. El único que saldría bien librado de todo esto es Ronald Ayazo quien no tendrá que volverse a pintar… Eso, no obstante, no es suficiente.
¿Estaré exagerando? No lo creo y en todo caso, las palabras que cito no son mías. Lo que quiero es llamar la atención para que productores y televidentes se tomen en serio los mensajes que se transmiten en la televisión y asuman una actitud reflexiva que supere los lugares comunes, los estereotipos y la parodia fácil. La telenovela está empezando, no sería ocioso ponerle atención y comentarla para que los niños no se queden escurriendo las babas asumiendo que todo lo que ven es cierto. Los adultos también podríamos aprender de este ejercicio y repensar críticamente nuestros propios prejuicios e ignorancias. ¿Qué tan lejos llegarán los Mena en la trama? El espacio de discusión respetuosa queda abierto.